"Iyawo" - Acuarela de Carybe |
" Al comienzo no había separación entre el Orum, el cielo de los Orixás, y el Aiê, la tierra de los humanos. Hombres y divinidades iban y venían, cohabitando y compartiendo vidas y aventuras. Se cuenta que, en el lugar donde el Orum hacía límite con el Aiê, un ser humano tocó el Orum con las manos sucias. El cielo inmaculado del Orixá fue corrompido. El blanco inmaculado de Obatalá se había perdido. Obatalá fue a reclamar a Olorum, Señor del cielo, quien, lleno de ira por la suciedad y la displicencia de los mortales, sopló enfurecido su soplo divino y separó para siempre el Cielo de la Tierra.
Así, el Orum se había separado del mundo de los hombres y ningún hombre podría ir al Orum y retornar de allá con vida. Pero tampoco los Orixás podían venir a la Tierra con sus cuerpos. Ahora había un mundo de los hombres y los Orixás, separados.
Aislados de los habitantes humanos del Aiê, las divindades se entristecieron. Los Orixás extrañaban sus peripecias entre los humanos y andaban tristes. Fueron a quejarse a Olodumare, que acabó consintiendo que los Orixás pudiesen de vez en cuando retornar a la tierra. Sin embargo para ello debían tomar el cuerpo material de sus devotos.
Fue la condición impuesta por Olodumare. Oxum, quien gustaba de ir a la Tierra a jugar con las mujeres, dividiendo con ellas su hermosura y vanidad, enseñándoles hechizos de adorable seducción e irresistible encanto, recibió de Olorum un nuevo encargo: preparar a los mortales para recibir en sus cuerpos a los Orixás. Oxúm hizo ofrendas a Exú para propiciar su delicada misión. De su éxito dependía la alegría de sus hermanos y amigos orixás. Vino al Aiê, juntó a las mujeres a su alrededor, bañó sus cuerpos con hierbas preciosas, cortó sus cabellos, raspó sus cabezas y las pintó con motitas blancas, como las motas blancas de las plumas de la conquém, la gallina de angola.
Las vistió con bellísimas telas y lazos, las adornó con joyas y coronas. Al Ori, la cabeza, la adornó con una pluma, ecodidé, pluma roja, rara y misteriosa del papagayo africano. En las manos les hizo portar abebés, espadas, cetros y en las muñecas, docenas de dorados idés. Al cuello lo cubrió con vueltas y vueltas de coloridas cuentas y filas de buzios, cerámicas y corales. En la cabeza colocó un cono hecho de manteca de ori, finas hierbas y obi mascado, con todos los condimentos que gustan a los Orixás. Ese oxo atraería al Orixá al Ori de la iniciada y el Orixá no tendría como equivocarse en su retorno al Aiê. Por fin, las pequeñas esposas estaban feitas, estaban listas.
Las iaôs eran las novias más bonitas que la vanidad de Oxum conseguía imaginar. Estaban listas para los dioses.
Los Orixás ahora tenían sus caballos, podían retornar con seguridad al Aiê. Los humanos hacían ofrendas a los Orixás, convidándoles a la Tierra a los cuerpos de las iaôs, los Orixás venían y tomaban sus caballos y, encuanto los hombres tocaban sus tambores, haciendo vibrar los ilús, batás, agogós, haciendo sonar los xequerés y adjás, haciendo vivas y aplaudiendo, invitando a todos los humanos iniciados para la rueda del Xiré, los Orixás danzaban, danzaban y danzaban…
Los Orixás podían de nuevo convivir con los mortales…estaban felices… En la rueda de las feitas, en el cuerpo de las iaôs, ellos danzaban…"