No hace falta hablar sobre el poder de Xango, pues ese
poder, es su propia síntesis. Él nace de ese poder y muere en nombre de ese
poder. Rey absoluto, imbatible y fuerte, tiene en el poder, su placer. El manda
en los poderosos, en su reino y en el reino de los vecinos. Es el rey entre
todos los reyes.
Entre los Orixás no
existe jerarquía, ninguno posee más “Axé” que otro, pero si fuere necesario
escoger un Orixá todo poderoso, este sería Xangó. Su gran autoridad se hace más evidente
cuando llega a ser comparado con grandes animales, poderosos por su tamaño o
por sus características de predadores, como león o leopardo, los reyes de la sabana
africana.
La manera en que todos deben referirse a Xangó ya expresa su
poder, la imagen del poder está siempre asociada a él. El poder real le es
debido por haberse tornado cuarto Alaafin de la ciudad de Oyó, que era
considerada la capital política de los Yorubá, la ciudad más importante de
Nigeria.
Xangó ejerce su poder de forma enérgica, pero su rectitud y
honestidad superan su carácter arbitrario; sus medidas, si bien son impuestas,
son siempre justas y por eso, él es, encima de todo, un Rey amado, pues es enérgico
por estilo y no por maldad. La realidad es que no puede hablarse de Xangó sin
hablar de poder.
El expresa la autoridad de los grandes gobernantes, pero
también detenta el poder mágico, ya que domina el más peligroso de todos los
elementos de la naturaleza: el fuego. El poder mágico de Xangó reside en el
rayo, en el fuego que corta el cielo, que destruye en la tierra, pero que
transforma, que protege, que ilumina el camino. Todo en Xangó recuerda al
fuego, el propio Xangó era tan fogoso que cuando hablaba salían llamas de su
boca y humo de sus narices.
Xangó es un protector incansable de sus hijos y de todos los
desvalidos, toma de quien tiene y da a quien no tiene. Quien tiene a Xangó de
su lado nada teme.
Nota: Traducción libre de extractos del libro Òrìṣà Uma História - José Roberto Gaudenzi